La naturaleza, una construcción social
El autor es parte de la Iniciativa de Periodismo Local
Si bien la COP15 ha terminado, los pasos tomados con respecto a BSL han mostrado un deseo de proteger las áreas naturales. Esto a pesar de la importancia económica de los bosques. Como dijo Patrick Morin, CEO de CRE-BSL, “no es importante prohibirlo por completo”.
A través de estas palabras, podemos ver una nota de esperanza, si por supuesto el bosque logra no sobrepasar los límites tolerables para un ecosistema.
Lo que es positivo, aparte del aspecto económico, es el deseo (¿voluntariamente?) de alejarse de la idea de una naturaleza salvaje, existente sin humanos. De hecho, la naturaleza salvaje es una construcción social.
Naturaleza salvaje
En otras palabras, reconocer un espacio como naturaleza salvaje significa colocar allí valores sociales. En las culturas occidentales, la naturaleza se construye principalmente gracias a su opuesto, el artificio. Esto conduce al diseño de espacios desprovistos de toda influencia humana, convirtiéndose en espacios salvajes.
Sin embargo, decir naturaleza salvaje es excluir de ella al hombre tecnificado, industrializado. Se considera un disruptor de los procesos naturales. Con este concepto nació la ecología como ciencia.
En ecología, se piensa en la naturaleza como un sistema termodinámico cuyos ecosistemas entran en autorregulación. La acción humana es un factor de variación, que amenaza este equilibrio (Larrère, 2001, p. 103). Sobre la misma base, los conservacionistas impulsaron la creación de parques nacionales para preservar una naturaleza externa a la sociedad humana y, al mismo tiempo, la dualidad naturaleza/cultura.
Por eso no solo es necesario crear un Ministerio de Protección Ambiental para proteger la naturaleza de las acciones humanas. El dominio científico y técnico se vuelve dominante en los temas ambientales, perpetuando la dualidad naturaleza/cultura.
Otro problema del dominio científico se encuentra en la transición del “señor y poseedor” de la naturaleza al “señor y protector” (Larrère, 2017, p. 102). Caemos aquí en una gestión tecnocrática del medio ambiente en referencia a un desarrollo territorial racional. Como dice Catherine Larrère, “La naturaleza de la que pretendemos ocuparnos es, por tanto, una naturaleza que podemos controlar, inventariar, clasificar, gestionar, que nunca se nos puede escapar. Además, una naturaleza que está completamente a nuestro servicio. Es una idea que está creciendo, tanto en los círculos ambientales como en la planificación del uso de la tierra. (Larrere, 2017, p. 103).
La naturaleza es el hombre industrializado.
Sin embargo, el hombre industrial occidental es un producto natural y no artificial, que interactúa con otros entornos, como el resto de la vida. Como resultado, la naturaleza, incluso salvaje, incluye necesariamente a los humanos, a pesar de sus acciones destructivas. Acciones que no necesariamente son orgánicas, también son creadoras de riqueza biológica.
Si la humanidad industrial representa el grupo vivo más destructivo, entre otras culturas, representa el que mejor logra proteger la naturaleza gracias a la capacidad de conceptualizar (Pickel Chevalier, 2004, p. 193). Esta conceptualización se manifiesta más a través de la mirada a los paisajes o incluso al compartir el patrimonio.
Es por ello que el desarrollo sostenible presenta una fuerte ambigüedad. Como resultado del racionalismo y el materialismo, el mundo se concibe como algo distante de los humanos, como una naturaleza que debe ser preservada y aislada de la acción humana.
Sin embargo, la crisis ambiental muestra una naturaleza frágil, que interactúa con nuestras acciones, aunque se realicen en nuestra cultura y en nuestros entornos tecnológicos. Este es el final de una naturaleza separada y salvaje (Larrère, 2001, p. 117).
La importancia de colocar nuestras acciones en una naturaleza es darnos los medios para anticipar y responder a las consecuencias no deseadas de nuestras acciones. La naturaleza no se acaba, lo que acaba es la separación entre naturaleza y cultura. La naturaleza salvaje ya no representa a los demás. Las personas tecnológicas pueden mantener y aumentar la biodiversidad de los entornos en los que viven (Larrère, 2001, p. 128). Por lo tanto, la explotación de los recursos debe hacerse en un manejo racional, incluyendo así la importancia de los ecosistemas construidos a partir de las interacciones entre las especies y el medio ambiente.
Fuentes
Larrere, C. (2001). ¿Cómo podemos, hoy, imaginar la relación entre el hombre y la naturaleza? En Tres ensayos sobre ética económica y social. (págs. 90-131). Edición Quae Ciencia en preguntas.
Larrere, C. (2017). Los problemas del fin de la naturaleza y las ciencias sociales. En P. Hminan, Ruralidad, naturaleza y medio ambiente (págs. 91-110). Bolsillo ERES – Sociedad urbana y rural.
Pickel Chevalier, S. (2004). El Oeste frente a la naturaleza: en la intersección de la ciencia, la filosofía y el arte. París: Edición Caballero Azul.